miércoles, 14 de diciembre de 2011

sábado, 8 de octubre de 2011

Miguelito

 
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viernes, 2 de septiembre de 2011

Martini




Deja el martini sobre el pasto con la mano izquierda, cuidadosamente. La aceituna se va para un lado y para el otro, pero la copa encuentra cierto equilibrio. Ella se recuesta sobre una toalla de colores, se acomoda los lentes de sol y se dedica a guardar silencio, una de sus actividades predilectas. Él debería saberlo, seguramente en el fondo lo sabe, y no sólo eso, sino que lo aprecia más que cualquier otra cosa.  Bueno, no, nunca más que el bronceado de sus piernas y la perfección de su sonrisa. Una gota de lluvia cae sobre su vientre y luego otra. El martini de pronto parece efervescer con las pequeñas gotas que caen dentro. Una nube que parecía tan inofensiva hace unos minutos le arruina el descanso. Y a ellos la conversación. Mira hacia la mesa donde se encuentran él y los demás. Guardan apresuradamente los platos y las bebidas. Ella sabe que durará un cuarto de hora, como mucho; de vez en cuando sabe alguna cosa. Pero no dice nada, los deja guardarlo todo y da un sorbo a su copa sin preocuparse por las gotitas que siguen cayendo sobre su cuerpo.

Sabías que yo no entiendo de esas cosas, ni pretendo hacerlo, ni me interesa. Sabías que no me interesan los periódicos porque no dicen más que mentiras y me deprimen, además. ¿Para qué quiero saber a cuántas personas les cortaron la cabeza esta semana? ¿O que en un lugar del mundo que no sé dónde está los niños no tienen qué comer? Sabes que no tengo tiempo para leer todos esos libros de los que hablas, y que aunque tuviera no los leería, porque no me interesan. La única vez que me viste con un libro en la mano te burlaste de mí. Dijiste que era un libro de Sanborn's y que era una tontería, y ni siquiera lo había comprado ahí, me lo había regalado mi hermana, para que lo sepas. Y me gustó, me gustó muchísimo y lo disfruté, seguramente más de lo que tú disfrutas tus ladrillos de aburrimiento. Y ni siquiera los entiendes; no haces más que buscar palabras en el diccionario y consultar cosas en la computadora y luego te crees muy listo porque encontraste en algún lado el significado de lo que estabas leyendo.
            Y quieres comentarme algo y me miras como diciéndome que no lo entendería y quizás sea cierto, pero luego te acercas y no puedes evitar besarme los ojos o el cuello y olerme el cabello. Y no sé a qué hora quieres que consulte la enciclopedia o lea poemas o ensayos o lo que chingados sea que tú lees todo el día si no tengo tiempo. Si nada más en ir y venir del salón de belleza hago dos horas y tengo que quedarme ahí otras dos.
            Claro que te encanta que en las reuniones con tus amigos ellos se asomen a mi escote de vez en cuando, y yo hago como que no me doy cuenta y sonrío, con esa sonrisa que según tú ilumina cualquier habitación. Y sus mujeres me miran también y comentan entre sí cosas que no escucho, pero imagino perfectamente. Que no fui a la universidad, que antes de conocerte trabajaba en una estética y vivía en un barrio perdido. Perdido para ellas, claro, que no han salido de su colonia desde que nacieron como no sea para ir al aeropuerto y tomar un vuelo a París, que sí conocen a fondo, como no, porque hay que bromear cuando se habla de las buhardillas y los clochards, mira que alguna cosa he aprendido. Y entonces sí hablan de cómo pasaron hambre en París y en Madrid y en no sé dónde. Porque pasar hambre en el extranjero es divertido y chic. Pero vivir en un barrio de jodidos en México, ni Dios lo mande, o en lo que sea que crean esas viejas porque ya no se cree en nada. Ni tú mi amor.
            Y les encanta hablar de los barrios bajos de Praga y a mí me ven como si no hubiera hecho otra cosa en mi vida que escarbar en la basura. Hasta que me encontré un diamante y me casé con él. Tú eres el diamante, corazón, no vayas a la computadora.
            Y esa tarde, cuando todos hablaban con terminajos que ni conozco ni quiero conocer y yo pensaba en lo que haríamos al día siguiente, y en lo que te prepararía de comer, con toda la alevosía Laurita me pregunta que qué opino. Laurita con sus kilitos de más, sus patas de gallo y su doctorado en no sé demonios. Y claro que sabía que no opino nada, qué mierdas voy a opinar yo. Y todos me miran y tú no sabes qué hacer y quieres interrumpir la conversación y no sabes cómo. Y yo sonrío. Y mi sonrisa no ilumina nada. Y su marido me mira las piernas y tú no me ayudas y creo que me odias un poquito y a ti mismo también por haberte casado conmigo. Y yo digo que perdón, que no estaba poniendo atención y ella ríe, y las demás también e intercambian miradas. Y tú te pones rojo y medio sonríes y medio mueres de vergüenza.
            Y camino a casa me dices que podría leer alguna cosa de vez en cuando, o ir al teatro o ver el periódico en Internet. Sí cómo no, con lo que te gustaría que en vez de depilarme el área del bikini me pusiera a leer tonterías. O en vez de dedicarle tiempo a escoger el maquillaje perfecto, que tanto te gusta, leyera la sección de finanzas. Tal vez un día debería recibirte en bata y sin peinar para que podamos comentar las subidas y bajadas de la bolsa. Y te hable yo a ti del IPC, que es de tus palabras favoritas. O deje de cuidar mi peso y contar las calorías de todo lo que como para que hablemos de cine. O en vez de pasar horas escogiendo lencería me ponga cualquier cosa y comentemos los sucesos políticos del momento. Porque no me imagino a Laurita haciéndole un streaptease a Paco como los que yo te hago a ti, ni usando ligueros ni medias.
            Tengo que teñirme el cabello, usar mascarillas y hacerme manicure. Escoger el perfume, el labial y las sombras que usaré según la ocasión. Comprar vestidos, zapatos y bolsos. Y, además, hacerte la comida que te gusta y como te gusta, siempre paseándome por la cocina con tacones altísimos. ¿Eso no es ser perfecta?
            Y sé que cada vez que salimos haces un esfuerzo por no brincarme encima antes de cruzar la puerta y que te encanta que tus amigos babeen por mí mientras miran de soslayo a sus mujeres llenas de conocimiento, kilos y arrugas. Y ahora te enojas porque no tengo nada que opinar. ¿En verdad quieres una opinión? Opino que todos tus amigos son unos mamones y que te tienen envidia por no haberte casado con una vaca que sabe cuatro idiomas. Y que ellas cambiarían sus doctorados porque la gente las mirara como me miran a mí sus esposos.
            Pero eso no es suficiente para ti. Quieres que sea yo y que sea tú y que sea ellas. Quieres que te recite poemas en latín usando un negligé, ¿a cambio de qué? ¿de sentir el bulto de tu barriga sobre mí una y otra vez? ¿de ver cómo te amargas porque no publican tus novelas? ¿de sentir tu desprecio cada vez que no entiendo referencias decimonónicas? Vete a la mierda, corazón, que yo en dos semanas me encuentro un ingeniero rico que no me esté chingando con la poética y la retórica.
           
           

jueves, 20 de enero de 2011

los lunes a sol II


Aquí vamos de nuevo. Donde me encontraba hace dos años.
Pero esta vez no habrá charla sobre el alza del precio de la gasolina, ni consejos que, de cualquier modo, no tomaba en cuenta. No va a decir "chiquita, ¿ya te pagaron?" nunca más. Ni "oiga, ¿usted se llama oiga?" Estúpido café con leche. No era mi amigo. Conocí su apellido por un correo electrónico en el que me envió la foto de un fantasma. Dos fantasmas. Y claro que eran fantasmas, porque él lo dijo, y porque es así. Y ahora la banca que ocupaba está vacía. El periódico intacto por las mañanas. Nadie fuma en la barra con todo y la prohibición. Nadie va a hablarme sobre Colombia mientras me ofrece un cigarro. No volverá a llegar con sus tirantes y sus sonrisas. Vamos a extrañarte Pascual.