En la
Barcelona de la posguerra, en la década de 1940, las familias catalanas,
como en el resto de España, se enfrentaron con todo tipo de
precariedades, rigideces, ausencias —sobre todo de los padres— y
autoritarismo por parte del Gobierno franquista. Lluís Companys,
presidente de la Generalitat, se exilió en Francia, en donde fue
capturado y repatriado para finalmente ser fusilado en el castillo de
Montjuic. Numerosos intelectuales, como Ramón Xirau, Agustí Bartra y Josep
Carner, entre otros, se refugiaron en el exilio, de donde, en muchos
casos, no volverían. Ante este escenario, los “niños de la guerra”, así
llamados por la escritora Carme Riera, crecieron en una atmósfera de
orfandad —tanto biológica como intelectual— que Juan Marsé (Barcelona,
1933) ha retratado en buena parte de sus novelas, entre las que destaca, por su crudeza y la complejidad de su trama, Si te dicen que caí
(Editorial Novaro, 1973). Esta obra, ganadora del Premio Internacional
Novela México, fue prohibida en España y en un principio sólo pudo ver
la luz en nuestro país. Retrata de manera caleidoscópica la historia de
un grupo de jóvenes de un barrio pobre que ya no existe en Barcelona, en
palabras de Marsé, “los furiosos muchachos de la posguerra que
compartieron conmigo las calles leprosas y los juegos atroces, el miedo,
el hambre y el frío”.
En la década
de 1950, los niños de la guerra, nacidos en los años veinte y treinta,
retrataron las estrecheces económicas y la represión que habían vivido
durante su infancia y que seguían vigentes en buena medida bajo el
régimen franquista; sin embargo, la distancia les permitió adoptar una
postura crítica, distinta a aquella de los autores que lograron publicar
en la inmediata posguerra. Esto propició la producción de una
literatura comprometida que plasmó en sus páginas las consecuencias del
conflicto bélico no sólo en los planos político y social, sino en el
ánimo de los españoles que se veían obligados a aceptar todo tipo de
trabajos, imposiciones —como no hablar su propia lengua—, privaciones y
migrar de una ciudad a otra en busca de oportunidades. A Barcelona, por
ejemplo, llegaban migrantes de otras regiones, sobre todo de Andalucía y
Murcia, a quienes se denominaba charnegos de manera
peyorativa, y a quienes se veía con una mezcla de temor y desprecio,
porque aun en situaciones de precariedad hay jerarquías. Uno de los
cuentos de Juan Marsé, “El fantasma del cine Roxy”, hace una apología de
esta figura al comparar a un inmigrante desempleado con el protagonista
del wéstern Shane, el desconocido (George Stevens, 1953). En el relato, un charnego
recién llegado a la ciudad defiende a una madre soltera, dueña de una
librería, de los Guardias Civiles que le prohíben vender libros en
catalán, reproduciendo diálogos y comportamientos del heroico pistolero
del lejano oeste de la película que, a su vez, defiende a una familia a
la que unos bandoleros pretenden quitarle sus tierras.
La
Generación del Medio Siglo, que incluye escritores como Ignacio Aldecoa,
Carmen Martín Gaite, Juan Goytisolo, Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús
Fernández Santos y Ana María Matute, entre otros, se dio a la tarea de
retratar esta época de atraso e injusticias por medio de una serie de
narraciones entre las que destacan Los bravos (Fernández Santos), Señas de identidad (Goytisolo) y El Jarama
(Sánchez Ferlosio), por mencionar algunas. Sin embargo, esta narrativa,
denominada realismo social, fue criticada por anteponer la ética a la
estética, la ideología a la literatura, por lo que Marsé procuró dirigir
sus líneas hacia otras vertientes e incluso incursionar en lo
fantástico en algunos de sus relatos.
En este contexto nacen las aventis,
historias de aventuras que los niños narraban en grupo para
entretenerse. Chismes de barrio mezclados con lo que escuchaban en casa,
el regreso de un combatiente que volvía del exilio, por ejemplo,
aderezados con tramas de películas, cuentos policiacos, novelas de
vaqueros y tebeos. Todo aquello que les sirviera para urdir la trama de
una historia maravillosa e inverosímil que los alejara de las
privaciones de su cotidianidad, y crear un universo al que pudieran
asirse para evadir el mundo hostil en el que vivían. Se trataba de
juegos de la memoria que oscilaban entre la verdad y la mentira, en los
que se introducían a sí mismos como personajes buscando encontrar, ahí
sí, un final satisfactorio.
Muchos niños
de esta generación se criaron en las calles, en una libertad que fue
carencia, primero, y paraíso perdido, después. La Barcelona de Juan
Marsé es la de los perdedores, la de chavales haciendo recados por unos
centavos en los barrios del Guinardó y del Carmelo. Como menciona
Fernando Valls, los odios aún frescos de la guerra, la miseria y la
sordidez convierten a estos personajes en “microcosmos de la postrada
España del franquismo”.
Las aventis
que se gestaron durante esta época se encuentran en la memoria de
Marsé, quien obtuvo el Premio Cervantes en 2008, y han sido puestas por
escrito en los relatos publicados entre 1957 y 1994, reunidos en el
volumen Cuentos completos (Austral, 2002). Pero las evocaciones
de esos años lo han acompañado por más de seis décadas, creando un
cúmulo magnífico que, como la creciente bola de nieve que es la memoria,
según Bergson, sigue dando frutos. Desde la aparición de Si te dicen que caí, aquella gran aventi que lleva adentro numerosas pequeñas aventis, el autor catalán no ha cesado en la recuperación de sus recuerdos y los de toda una generación. Las aventis y lo sucedido en aquella posguerra han poblado las páginas de novelas como Un día volveré (1982), El embrujo de Shanghai (1993), Rabos de lagartija (2000) y Caligrafía de los sueños (2011), y se asoman también en su obra más reciente, Esa puta tan distinguida (2016), entre otras. Larga vida a Juan Marsé, narrador de aventis. ~
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