La abuela me contó que cuando
su madre era joven competía con las muchachas de su colonia por aparecer en los
anuncios de los locales en donde sacaban fotografías. Los dueños necesitaban
fotos de muestra para ponerlas en las vitrinas, así que las jóvenes se ponían
sus mejores vestidos y sombreros con la esperanza de que sus imágenes fueran
elegidas. Me contó también que las fotografías de mi bisabuela, que era muy
guapa, se exhibían en al menos cinco estudios de la ciudad. Las fotos de sus
quince años recorrieron varias colonias y las de su boda aparecieron incluso en
algún periódico. Mientras me enseñaba los recortes de páginas amarillentas y
algunos de los sombreros que aún conservaba me decidí a hacerlo.
Mi primer objetivo fue la Fotografía Ramírez. Ese día me
puse el vestido de mi primera comunión, que aunque me quedaba un poco corto aún
me cerraba, y guantes blancos. Luisa me hizo un peinado precioso, me arregló el
fleco y me puso un poco de carmín en los labios. Cuando llegué noté que no
tenían ninguna fotografía exhibiéndose en el exterior, pero al entrar vi que
debajo del cristal de la mesa, donde estaba la máquina registradora, aparecían
varias imágenes de diversos tamaños y formas: ovaladas, de pasaporte,
credencial, en blanco y negro, sepia. Le pedí al encargado cuatro de cuerpo
completo y seis tamaño infantil.
Al día siguiente, al volver por ellas, las conté y me di
cuenta de que me había entregado diez, es decir, todas las que había revelado.
Le pregunté si no iba a quedarse con alguna para ponerla debajo del cristal y
me contestó que ya tenían muestras de todos los tamaños. Bueno, pero podrían
quitar algunas de ésas y poner una mía ¿no? ¿no ve que me he alisado el cabello
y todo? Entonces el empleado tomó una de las pequeñas y la colocó en una
esquina de la mesa, casi cubriendo el rostro sonriente de un bebé que aparecía
con un fondo azul turquesa con palmeritas. Ése fue mi primer triunfo.
Algunos días después le pedí a mi abuela uno de los
sombreros que guardaba desde hace no sé cuánto tiempo. Se hizo un poco del
rogar pero finalmente cedió y me entregó el que más me gustaba: uno negro con
un velo al frente. Me puse unas medias de mi madre y un suéter y una falda también
negros. Por la tarde tuve que pedirle a Luisa que me acompañara al Estudio
Fotográfico del Norte y ella, que era muy buena, no tuvo más remedio que ir
conmigo.
Era un local un poco más grande que el de mi barrio y
colocaban las “elegidas” en una especie de corcho cubierto por un cristal. Esta
vez pedí cuatro fotos tamaño pasaporte y seis de 40 x 60 centímetros en blanco
y negro. Cambié mi perfil y postura varias veces y el resultado fue magnífico.
Aunque el sombrero me quedaba un poco grande, la señora que me atendió lo fijó
con pasadores y parecía hecho a la medida. Me pidió que sonriera un par de
veces, pero cómo iba a sonreír con el sombrero de luto de mi bisabuela.
A la mañana siguiente, después de desayunar, cogí a Luisa
del brazo y nos fuimos volando al estudio. No miento al decir que eran las
fotografía más elegantes que había visto en mi vida, incluso la señora mencionó
más de una vez que eran preciosas. Finalmente le pregunté dónde iba a ponerlas
y se quedó mirándome como si no entendiera la pregunta. Señora, que cuál de
esas fotos va a quitar para poner las mías. ¿A quitar? Pero no tengo pensado
quitar ninguna; son fotos de mi familia y ésa mujer que está ahí salía en
telenovelas muy famosas hace unos años. Bueno, bueno, pero yo me puse un
sombrero y zapatos y usted me dijo que mis fotos eran muy bonitas. Sí, sí,
bonitas sí son, pero ¿Por qué no se las das a tu mamá para que las ponga en la
sala de tu casa? Porque mi mamá se murió cuando yo tenía dos años y apenas la
conocí, y la sala de mi casa, que no es mi casa sino la casa de mi abuela, ya
está llena de fotos, de mi mamá, precisamente. Lo siento mucho, no te
preocupes, déjame una de las pequeñas y ya le encontraremos un lugar. ¿De las
pequeñas? ¿Y por qué de las pequeñas? En ésas apenas se distingue que soy yo.
Le dejo dos de las grandes y ya usted las acomoda después; esta muchacha, por
ejemplo tiene un peinado un poquito pasado de moda. Está bien hija, no te
preocupes voy a quitar alguna.
Cuando llegamos a casa Luisa y yo mi madre leía una
revista. Le extendí las fotografías que me habían sobrado y las miró con una
sonrisa en los labios. Melissa, ¿para qué te tomaste estas fotos? No las
necesitas. Ya sé mami, es que la abuela me las pidió porque dice que con este
sombrero soy idéntica a la bisabuela.